Una de las señas de identidad y el elemento emblemático más importante de La Rioja es sin duda alguna el vino. Pero no sólo como producto y actividad económica, sino como referente social y cultural en una comunidad en la que todas sus manifestaciones culturales y tradiciones parecen girar en torno a este producto.

El vino ya aparece documentado en La Rioja durante la época romana, que encontraron en este territorio las condiciones idóneas para su cultivo y elaboración. En la Edad Media, la producción vinícola estuvo vinculada a monasterios y abadías, en los que se mejoraron las técnicas de cultivo. En el siglo XVI La Rioja era una de las principales regiones productoras, lo que le permitía exportar vino al resto de España e incluso a Europa. Los dos siguientes siglos, XVI y XVII, permitieron al Rioja consolidarse gracias al incremento de la producción y a la implantación de las primeras medidas de control de la calidad y de regulación en la elaboración del vino.

La tradicional vocación de excelencia de los vinos de Rioja les ha permitido consolidar su imagen de prestigio entre los consumidores y convertirlos en referentes. Han sabido además mantener su privilegiada posición, en la élite de las denominaciones de origen históricas europeas cultivando vinos con personalidades diferenciadas, siendo hoy la marca “Rioja” una de las 5 de mayor notoriedad entre las zonas vinícolas más prestigiosas del mundo. Los vinos de Rioja se elaboran, tradicionalmente, con siete variedades de uva: Tempranillo, Garnacha, Mazuelo y Graciano para los tintos; y Viura, Garnacha Blanca y Malvasía para los blancos. Recientemente, el Consejo Regulador ha aprobado la incorporación de otras seis variedades blancas: Maturana, Turruntés, Tempranillo Blanco, Chardonnay, Sauvignon Blanc y Verdejo, y una tinta, Maturana. La mayor parte de la producción se elabora con tempranillo (86%), variedad sobre la que todavía recae la relevancia de esta denominación de origen en todos los mercados del mundo.